Liderazgo

Una reflexión de esperanza, por Pablo A. Sarria

Mis recuerdos con la iglesia metodista se remontan a cuando tenía 5 años en una pequeña congregación en Cali, Colombia, llamada "Cristo es el rey". En esa iglesia encontré una familia, una comunidad de amor y gracia. En la escuela dominical aprendíamos varias historias bíblicas seguidas de un delicioso refrigerio y una bebida. Recuerdo que de niño me encantaba actuar y disfrazarme, ya que al final del servicio los niños representaban la lección delante de la congregación. Sin duda, era divertido ir a la iglesia.

Sarria (derecha) con su madre (centro) y hermano (izquierda). Foto cortesía de Pablo A. Sarria.   

Luego, con los años, mi familia se trasladó a otras congregaciones de otras denominaciones cristianas. Y los años pasaron hasta que mis padres sintieron esa abrumadora sensación del llamado al ministerio. Un llamado a plantar una congregación metodista de habla hispana en Texas. Allí mi vida dio un giro que marcó mi vida para siempre.

Cuando llegamos a Texas encontramos una comunidad que nos quería sin conocernos. Los abrazos y las bienvenidas nos hicieron sentir en casa. Nos encontramos en un lugar de aceptación, amor y hermandad. Un lugar sin el ambiente legalista y religioso. Un lugar donde se podía sentir la gracia de Cristo.

En cada paso del proceso, mis padres tuvieron el apoyo incondicional de la iglesia en su ministerio, sin importar la barrera del idioma, la cultura u otras diferencias. En la iglesia encontramos un hogar.

De niño, en la iglesia encontré refugio y familia. Tras varios años de servicio en la iglesia local, también sentí el llamado al ministerio. A la edad de 19 años, con una carrera planificada en el sector de la salud y muchos años de estudio, ignoraba una convicción clara. Los dones que Dios había puesto en mi vida, de tener afinidad con la gente, de adorar en espíritu y en verdad, y de servir en el ministerio no eran para el mundo, sino para ser usados en Su reino. Me sentí confrontado y decidí entregar mi vida a quien primero la dio por mí. No pude contener las lágrimas y finalmente pude entender las palabras de Jesús cuando dijo sígueme. Ahora, 3 años más tarde, como candidato certificado al ministerio, estoy seguro y sueño con ir al seminario y convertirme en ministro ordenado.

Como joven candidato al ministerio, siento una sensación de incertidumbre entre mis compañeros sobre el futuro de la iglesia. He estado dando mis primeros pasos en esta vocación y puede parecer que la iglesia está en una posición inestable. Sin embargo, nuestra fe está cimentada en la Roca inconmovible que es Cristo. La verdad que perdura para siempre.

Sarria es un candidato al ministerio en la conferencia anual de Texas. Foto cortesía de Pablo A. Sarria.   

Cuando miramos la historia podemos ver que los tiempos cambian. En cada generación hay conflictos. Hemos experimentado reformas y divisiones dentro de los círculos cristianos; estos cismas han sido la dinámica de la Iglesia. Recordemos la Reforma Protestante, así como el movimiento de renovación espiritual en Inglaterra, y así sucesivamente, las divisiones han estado presentes ya sea sobre los sentimientos de independencia en América, o frente al abolicionismo y la segregación. Siempre hay diferencias en los énfasis teológicos o ministeriales, en la política, en el humanismo y en las ciencias sociales. Son realidades que nos persiguen hasta hoy. ¿Qué dice la palabra de Dios al respecto?

1 Corintios 1:10,13,17 RVR1960

10 Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.
13 ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?
17 Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.

1 Corintios 3:18-22 RVR1960

18 Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.
19 Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: Él prende a los sabios en la astucia de ellos.
20 Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos.
21 Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro:
22 sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro,
23 y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

En la biblia hubo grandes movimientos y corrientes. Los grandes líderes detrás de estos movimientos fueron Pablo, Apolos y Cefas. Hay grandes diferencias entre ellos, cada uno defiende su cosmovisión, y tiene un movimiento detrás. Cada uno reclama para sí un protagonismo, una influencia y una identidad. Exigen una elección entre puntos de vista opuestos. Sin embargo, ciertamente un día ya no estarán, ni tampoco sus movimientos.

Entonces, ¿a qué nos llama Dios?

Foto cortesía de Pablo A. Sarria.

Dios nos llama a seguir trabajando con responsabilidad. Cada uno, donde el Señor lo ha puesto, siga sembrando, regando y cosechando como buenos colaboradores y servidores de Dios. Él nos llama a trabajar en su obra, según los dones que nos ha dado, pero debemos recordar que cada uno recibirá su recompensa según su trabajo. No permitamos que los conflictos nos impidan cumplir lo que Dios nos ha llamado a hacer.

Mi oración de hoy es por la Iglesia: Ruego que hablemos lo mismo, y que no haya divisiones entre nosotros, sino que estemos perfectamente unidos en la misma mente y en el mismo juicio. No olvidando que Cristo no está dividido, fue crucificado por nosotros y en su nombre fuimos bautizados, por él vivimos, somos y nos movemos. Dios seguirá siendo Dios, y el cuerpo de Cristo seguirá siendo la iglesia.


Pablo A. Sarria es un candidato al ministerio en la conferencia anual Texas y un contratista independiente para Comunicaciones Metodistas Unidas.

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